miércoles, 17 de octubre de 2012

Verano en la montaña | 1982-2012

[...] El verano pasado, en julio, subí una tarde a los pastos más altos, mucho más arriba que las granjas, a buscar las vacas de Louis. Es algo que suelo hacer durante la siega del heno. Para cuando hemos terminado de descargar la útima carretada del tractor, ya es casi la hora en que Louis tiene que ir a llevar la leche de la tarde a la central, y, además, ya estamos cansados, así que mientras él prepara la ordeñadora, yo voy a por las vacas. Subo por un sendero que sigue el curso de un torrente que nunca se seca. El camino estaba ya en sombra y el aire todavía caliente, pero no pesado. No había tábanos como la tarde anterior. El camino pasa, como un túnel, bajo las ramas de los árboles y en algunos trechos está embarrado. En el barro quedaban mis huellas entre las incontables huellas de las vacas...




... a la derecha, el terreno cae casi a pico hasta el torrente. Las hayas y los serbales hacen que la escarpada pendiente no sea del todo peligrosa, los árboles detendrían la caída de cualquier animal. A la izquierda, crecen matorrales y algún que otro árbol viejo. Caminaba despacio y vi un mechón de crin de vaca rojizo prendido en uno de los matorroles. Empecé a llamarlas antes de verlas. Así ya estarían todas agrupadas en una esquina del prado cuando yo apareciera. Cada cual tiene su propia manera de hablar con las vacas. Louis les habla como si fueran los hijos que nunca tuvo: con dulzura y con furia, susurrándoles o imprecándoles. Yo no sé como les hablo, pero, a esas alturas, ellas sí que lo saben. Reconocen mi voz sin verme...





... cuando llegué, estaban esperándome. Quité la alambrada electrificada y les grite: Venez, mes belles venez. Las vacas son muy dóciles, pero no les gusta que las apremien. Las vacas viven lentamente, un día suyo equivale a cinco de los nuestros. Siempre es la impaciencia la que nos hace golpearlas. Nuestra impaciencia. Castigadas, alzan la vista con esa resignación que es una forma de impertinencia (¡que si, que ya lo saben!), porque sugiere que más que cinco días son cinco eones [...]


[...] De pronto, todo era indivisible, todo era una sola cosa: las vacas de Louis bajando parsimoniosas por el sendero, el rumor del torrente a nuestro lado, el calor remitiendo, los árboles empujándonos suavemente, guiándonos, las moscas revoloteando en torno a los ojos de las vacas, el valle y los pinos de las crestas más alejadas, el olor de la orina de Delphine, el buitre sobrevolando el prado que llaman La Plaine Fin, el agua cayendo en el abrevadero, yo, el barro en el túnel de los árboles, la edad inconmensurable de las montañas. Posterioramente cada parte se fragmentaría a su propio ritmo. Pero en ese momento formaban un todo compacto. [...]

Texto: John Berger  ''La cueva de Chauvet''  Guardian, London 16.11.1996
Fotografia:  Alexianne - Les Naz, verano 1982 * Donatienne - Moiry, verano 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario